JOSÉ DE VILLAVICIOSA
   
     Aunque se ignora la fecha y el lugar exactos de su nacimiento, (Marino Poves Jiménez lo sitúa en Reíllo, Cuenca), consta que fue bautizado en Sigüenza, (Guadalajara) en la parroquia de San Pedro, el día 1 de abril del año 1589.
 
     Sus padres fueron Bartolomé de Villaviciosa, que procedía de una familia ilustre de Cardenete (Cuenca), y María Martínez de Azañón natural de Fuentelencina.
 
     El futuro poeta tuvo dos hermanos y una hermana; Bartolomé llegó a ser secretario del Santo Oficio de Cuenca; Francisco fue nuncio en el de Toledo y María llegó a ser abadesa del monasterio de Franciscas de Toledo. Realizó los primeros estudios en su ciudad natal y, según parece, logró el título de bachiller en Artes en la Universidad de Alcalá de Henares.
 
     En torno a 1606, su padre, ya viudo, se traslada a Cuenca para hacerse cargo de un mayorazgo fundado por el clérigo Francisco de Villaviciosa, primo del abuelo de José.
     No mucho después obtuvo la licenciatura en leyes y compuso la epopeya burlesca la Mosquea, que debía estar acabada por lo menos en 1613, a sus veinticuatro años.
     Poco después de 1615 cuando se imprimió esta obra en Cuenca, se ordena sacerdote.
     El afincamiento de José de Villaviciosa en Cuenca- ciudad que consideraría como su patria verdadera- data de 1608, fecha en que su padre le hace cesión del mayorazgo, cuya toma efectiva se vió complicada por una serie de pleitos a los que alude en la dedicatoria de La Moschea a Pedro de Rávago —regidor perpetuo de Cuenca—, para distraerse de los cuales pudo escribir esta fábula. La redacción de la obra debió de ocupar efectivamente estos años, ya que se edita en 1615 en Cuenca, en la imprenta de Domingo de la Iglesia, con el título de La Moschea. Poética inventiva en octava rima. En 1619 ya está ordenado sacerdote y al servicio del obispo de Cuenca, Andrés Pacheco, con los cargos de secretario y visitador del prelado. Nombrado Pacheco Inquisidor general en 1622, consiguió para José de Villaviciosa, una relatoría del Consejo Supremo de la Inquisición, y ambos trasladan su residencia a Madrid.
    A partir de entonces, empieza su vinculación con el Santo Oficio, que duraría el resto de sus días, y con el que se siente totalmente identificado, según deja constancia en su testamento: “Y por cuanto yo y mis hermanos y toda nuestra familia nos hemos sustentado, autorizado y puesto en estado con las honras y mercedes que nos ha hecho el Santo Oficio de la Inquisición, a quien hemos servido como nuestros antepasados, encargo afectuosamente a todos mis sucesores les sean para siempre los más respetuosos servidores y criados, y viviendo en ocupación de su santo servicio, procurando adelantarse y señalarse en él cuanto les fuere posible, en cualquiera de su ministerio, pues todos son tan dignos de estimación y veneración”. A la vista de este dato, hay que matizar la afirmación de Cayetano Rosell de que el cargo inquisitorial resultara incompatible con “el carácter travieso y burlón que muestra el autor de La Moschea”, pues desde que Villaviciosa redacta su obra hasta que ocupa el primer cargo en la Inquisición pasan al menos siete años, intervalo en el que podía haber escrito alguna obra más; lo que demuestra que no fue el ingreso en el aparato de la Inquisición lo que puso fin a su carrera literaria, sino otra causa que no tiene que ver con motivos religiosos.
     Es doctor en Leyes en 1629 cuando el Rey lo propone para una media ración en la Iglesia de Burgos. En 1634 es nombrado arcediano de Alcor, en la Catedral de Palencia, y en 1638 se convierte en Inquisidor de Murcia.
     La compra del señorío de la Villa de Reíllo (Cuenca) por parte de Villaviciosa se hace efectiva en 1639, aunque los trámites habían empezado antes. Allí fundó una casa señorial y construyó una fuente pública para los habitantes con los que actúo con bastante generosidad, otorgándoles toda clase de beneficios.  
     En 1641 se le adjudica una canonjía en la Catedral de Cuenca y pide, en consecuencia, la exoneración del cargo de Inquisidor de Murcia en 1644, cargo que ocuparía posteriormente en Cuenca (6 de Junio de 1644). Al Final de ese año, el Cabildo Catedralicio lo nombra visitador de la limosna y de las Capillas de San Miguel y del Inquisidor Mariana, y le hace encargado de llaves del archivo de documentos y del archivo bajo del dinero, además de examinador de ceremonias.
     Cuando fue nombrado arcediano de Moya (Cuenca) en 1648, renunció a la canonjía en favor de su sobrino Bartolomé José de Villaviciosa.
     Murió en Cuenca el 28 de Octubre de 1658 y fue enterrado entre los dos coros de la Catedral de Cuenca, bajo una lápida con un epitafio latino que él mismo había compuesto. Posteriormente sus restos fueron trasladados por disposición testamentaria a Reíllo cuyo señorío había adquirido años antes y donde él mismo había puesto su inscripción funeraria, que todavía se conserva. En ella, aparte de sus cargos eclesiásticos, hace destacar su dedicación como Inquisidor a velar por la ortodoxia y combatir la herejía.
     De la descripción física de José de Villaviciosa dice el anónimo responsable de la edición de Sancha: "Fue el Dr. D. Joseph de Villaviciosa alto y grueso de cuerpo, bien proporcionado, el rostro sereno y despejado, los ojos vivos y negros y la nariz mediana y algo redonda"
    La fama literaria de Villaviciosa se asienta en una única obra, la Mosquea, compuesta cuando contaba, según se anticipó, menos de un cuarto de siglo. Ningún otro texto -anterior o posterior a ese poema burlesco- nos ha legado su pluma, aunque el dominio que muestra en su famosa composición cómica hace presumir una previa etapa de acaso no poco ejercicio técnico. No extrañaría, pues, que fuese cierto el dato de que, antes de realizar la Mosquea, tenía escritos algunos poemas amorosos. A primera vista, parecería lógico que así fuera, como parece ilógico que, tras la excelente acogida de la Mosquea por el público, ya no se sepa de más creaciones literarias fruto de su bien probado talento. Con cierto tono lamentatorio, escribía a este respecto un historiador de la literatura española: «Raras veces ha prometido tanto un primer ensayo; todo le pronosticaba al poeta brillante porvenir literario». No obstante, en el silencio de años y años que siguió a la Mosquea puede que exista una explicación razonable: Villaviciosa no quiso comprometer su porvenir -no se olvide que obtuvo pronto el cargo de relator del Santo Oficio- con las armas de doble filo del verso. Desde ese prisma, la Mosquea cabe ser interpretada como el canto de cisne artístico de un hombre expeditivo que prefiere liquidar la literatura antes que le dificulte, hipotéticamente, una segura carrera eclesiástica. En cualquier caso, una opción pragmática de esa índole no estaba fuera de tono en una época en la que el idealismo y el ansia de aventuras de las generaciones precedentes se había convertido en una cuestión ya más nostálgica y retórica que en un brillante ejercicio militar. Aun así, la narrativa heroica estaba en el candelero, porque de otro modo su parodia carecería de sentido, pero también es verdad que la épica de tema religioso y moral, en consonancia con el cariz que había tomado la sociedad en tiempos de Felipe III, se encontraba en auge frente al progresivo declive del relato de hechos de armas. En ese contexto se publica, en 1604, aunque en París, La Muerte, Entierro y Honrras de Chrespina Marauzmana, Gata de Iuan Chrespo, de Cintio Merotisso, y en 1615 la Mosquea. Esta clase de poesía burlesca contaba con precursores españoles renacentistas, y siguió contando luego con eximios cultivadores barrocos, pero es en la primera quincena del siglo cuando parece madurar por vez primera el tipo de público más adecuado para la sintonía con dichas creaciones. La Moschea, es un poema épico burlesco basado en el poema macarrónico La Moschaea del autor italiano Merlín Cocayo —seudónimo de Teófilo Folengo—, pero más amplio (8112 versos repartidos en doce cantos) y con claras influencias de la Eneida. En él se cuenta la guerra entre moscas y hormigas, lo que da la ocasión para parodiar a través de minúsculos insectos las actitudes de los héroes de la épica culta. El poema tuvo gran aceptación en su tiempo, estimándose por encima de La Gatomaquia de Lope de Vega, y cobró gran reconocimiento en el siglo XVIII hasta el punto de que la Real Academia Española lo editó en 1732, y muchas de las voces del Diccionario de Autoridades vienen ilustradas por pasajes de la obra de Villaviciosa, conservándose hasta la actualidad en el Diccionario de la Real Academia Española una de las acuñaciones burlescas del autor: “procipelo” (cerda de jabalí).
     En el siglo XIX descendió la estimación de la obra debido al poco aprecio por el género burlesco y a la incapacidad de apreciar la pericia técnica y retórica que caracteriza a La Moschea. Finalmente, en el siglo XX La Moschea resulta eclipsada por la consideración de La Gatomaquia de Lope de Vega como la obra canónica de la épica burlesca barroca.
 
 
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