FRANCISCO ALMONACID LÓPEZ LUJÁN
    La contribución de la Provincia de Cuenca en todas las facetas de la sociedad española y entre ellas la Iglesia Católica a través de sus hijos es numerosa, especialmente durante la Baja Edad Media y a lo largo del siglo XVI. Después, la crisis que asoló a la capital y a muchos de sus pueblos, reduciendo su población, hizo que el peso de ésta en el conjunto del país perdiera importancia. Pero aún así, las crónicas están llenas de nombres propios, de personajes que habían nacido o criado en nuestros pueblos, o en la capital, que llegaron a ocupar puestos de importancia en la sociedad de su época; nombres a menudo olvidados relegados en muchas ocasiones a ocupar el título de una calle, de un Colegio.. Otras veces ni siquiera eso.
 
 La contribución conquense a la alta jerarquía eclesiástica durante los siglos XV y XVI es importante. Basta recordar que en uno de nuestros pueblos, Villaescusa de Haro, en una sola calle nacieron unos veinte prelados que dirigieron, algunos de ellos, varias de las diócesis más importantes de España, a un lado y otro del océano.
 
     Casi todos ellos miembros de una sola familia, los Ramírez, y entre ellos destacan por encima de todos dos obispos que dirigieron la diócesis conquense en aquellos tiempos: Diego Ramírez de Fuenleal y Sebastián Ramírez de Arellano. Todavía en los siglos XVII y XVIII, aún era numerosa la cantidad de estos altos jerarcas de la Iglesia católica que habían nacido en Cuenca.
 
     No obstante, la cosa cambió a partir del siglo XIX, precisamente cuando el régimen liberal terminó con todo el sistema de privilegios eclesiásticos propio de los tiempos del Antiguo Régimen. Para entonces, la floreciente ciudad que había sido Cuenca dos siglos antes, y una de las diócesis más ricas de todo el reino, se había convertido ya en una población aletargada, arrastrando con ello a todos los pueblos de la Provincia. En estas circunstancias se hacía más difícil que alguno de sus hijos llegara a ocupar puestos importantes dentro de la sociedad, y sin embargo, todavía en aquella centuria decimonónica no fueron pocos los conquenses de la capital o de la provincia que destacaron en puestos importantes, y entre ellos también las prelaturas eclesiásticas. Muchos de ellos hoy permanecen olvidados.
 
     Francisco Javier Almonacid López-Luján habría nacido en Talayuelas el 11 de Octubre de 1746. (en 1747 o 1748 según Dª María Luisa Vallejo). Inició sus estudios primarios en la escuela pública de Talayuelas pasando después al Seminario de San Julián de Cuenca, caracterizado ya entonces por su ideología ilustrada, para seguir la carrera sacerdotal. Realizados los estudios reglamentarios de Filosofía y Teología en la Universidad Dominica de Ávila, donde se graduó como Doctor en Teología en 1771 a los 22 años de edad. Dos años después será ordenado Sacerdote. Su valía llamó la atención del Obispo de Cuenca, quien le concedió una beca para seguir los estudios de Derecho Canónico en la Universidad de Bolonia como alumno interno del famoso Colegio de San Clemente de los Españoles de dicha ciudad, que había fundado otro Arzobispo conquense, el Cardenal Gil de Albornoz en el siglo XIV, a donde únicamente iban a estudiar los jóvenes que se distinguían por su talento y procedían de noble linaje. Aquí se graduó como Doctor en Derecho Canónico. Aún sin finalizar sus estudios regentó como profesor la cátedra de Teología del Seminario de San Julián de Cuenca y de la misma Universidad de Bolonia entre 1775 y 1782 la Cátedra de Teología Eclesiástica. Dada su excelente preparación en los estudios eclesiásticos, le llevó a aspirar a una de las plazas más distinguidas y difíciles de las dignidades catedralicias. En 1780 optó a la de Canónigo Magistral de Málaga logrando por oposición la de Salamanca aquel mismo año. Es aquí donde permanece por más tiempo dedicado a sus menesteres como Canónigo Magistral desarrollando a la perfección sus funciones como tal. No por ello olvidó a su pueblo natal Talayuelas, pues allí fundó una de las dos capillas que hay en la Iglesia parroquial.
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     En este tiempo llamó la atención una famosa oración fúnebre que le fue encomendada y que él pronunció con motivo de las solemnes exequias celebradas en la Catedral de Salamanca el día 22 de Noviembre de 1795 a la memoria del Obispo D. Andrés del Barco fallecido unos meses antes.
     Leyendo este texto-entiendo que modélico en su género- es toda una pieza a la par que religiosa, literaria que, además de servir para su objetivo principal, nos revela las cualidades y valía de nuestro paisano Almonacid.
     El Doctor Almonacid inicia su alocución en el lema “Mihi vivere Chistus est”, de la carta de S. Pablo a los filipenses. Con gran realismo describe el acto con reflexiones profundas y llenas de erudición teológica no lejos de la belleza literaria. Del día del óbito de monseñor del Barco dice: “Día por cierto lóbrego y aciago en extremo aquel que nos colmó de tamañas desgracias. ¡o día en verdad fatal aquel, que envidioso de nuestra feliz suerte, nos la acibaró arrebatándonos de entre las manos el bien incomparable que gozábamos suave y pacíficamente! Ojalá que el Sol le hubiera negado sus luces, o que jamás hubiera amanecido.”
     Para llevar a cabo de la mejor manera posible el fúnebre panegírico que le han encomendado reconoce tener mano poco diestra y por ello implora el auxilio divino: “Sed Vos, Espíritu Divino, el autor de todo mi presente razonamiento. Sean dictadas por Vos mis palabras, para que salgan de mi boca limpias de toda lisonja o falsedad, y llenas de unción santa, que las haga provechosas a mis oyentes. Gobernad Señor mi lengua para que no se desmande a proferir frases engañosa, que deshonren la Cátedra de la verdad en que me hallo, o profanar el Sagrado Ministerio que ejerzo.”
     Desconocemos si esta “Oración fúnebre”- editada por la Universidad de Salamanca-, por su contenido, por sus valores literarios y sobre todo por su profunda erudición teológica, sería tenida en cuenta a la hora de que el rey le eligiera para Obispo de Palencia ocho años después. Efectivamente, Pío VII lo preconizó para la sede palentina el 16 de Mayo de 1803.
     Fue consagrado en la Real Iglesia de las Salesas de Madrid por don Raimundo José de Arce, Arzobispo de Burgos e Inquisidor General.
     Al Obispo Almonacid le tocó gobernar la diócesis de Palencia en unos años nada fáciles, especialmente para la política del país. Son los reinados de Carlos IV, Fernando VII, batalla de Trafalgar, Guerra de la Independencia, Cortes de Cádiz, etc.
 
     Se caracterizó por su ideología liberal en aquellos años de fuertes tensiones políticas, fruto sin duda de sus primeros estudios en el ilustrado seminario conquense de San Julián, siendo uno de los impulsores de la Sociedad Económica del País de la ciudad castellana, y habiendo obtenido el 2 de Abril de 1808 una Real Provisión que autorizaba la redacción de sus estatutos, sin embaro, la entrada de las tropas napoleónicas paralizó este asunto hasta el año 1817, una vez abandonado el país por los franceses.
 
      Su prelatura fue bastante complicada, más por las circunstancias políticas del momento que por asuntos propiamente eclesiásticos. De esta forma ha definido su obispado el historiador Antonio Cabeza Rodríguez: “Su episcopado fue intenso en acontecimientos, con decisiones desagradables como el juramento de obediencia al nuevo rey José I (23-6-1808), condición ineludible para seguir al frente de la diócesis. Por lo mismo, no ofreció resistencia al cumplimiento de los reales decretos en materia religiosa, entre los más dolorosos el que prohibía conferir órdenes sagradas sólo logró hacerlo en casos excepcionales, mientras que en el espinoso asunto de las dispensas matrimoniales, reservadas hasta entonces a la Santa Sede, Almonacid no tuvo escrúpulo de usar las facultades que le confería a los obispos el real decreto de 16 de Diciembre de 1809, si bien, de manera tan cautelosa que fue interpretado como apatía por el intendente de la ciudad. Su actitud de obediencia hay que entenderla, pues, como una sumisión forzada, sin que pueda confundirse con forma alguna de afrancesamiento. No faltaron incomprensiones, calumnias y hasta campañas contra su persona, a pesar de que la distancia mantenida con las autoridades francesas quedó patente en frecuentes malentendidos y conflictos, así como en el poco empeño del obispo por aparecer con las condecoraciones otorgadas por el nuevo régimen.”
 
     Sus 18 años al frente de su pontificado finalizaron el 17 de Septiembre de 1821 a los 74 años de edad.Su cuerpo fue embalsamado según técnicas egipcias, por lo que tiene dos sepulturas. Una que contiene sus partes blandas en la Capilla de la Concepción, y otra con sus principales restos en la Capilla de San José al lado del Evangelio, ambas en la Catedral de Palencia.
 
     Una plaza en Palencia y el Colegio Público de Talayuelas llevan su nombre en recuerdo suyo.Su primer e inmediato sucesor, Narciso Coll y Prat Arzobispo de Caracas electo para la diócesis de Palencia, falleció antes de tomar posesión, por lo que la sede continuá vacente hasta que en 1824 el nuevo Obispo D. Juan Francisco Martínez Castillón se hizo cargo de la diócesis.
Teodoro Sáez Fernández   Julián Recuenco Pérez  
  
Revista 12 de la A.A.M.   La casa de CLIO  
      
 
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